lunes, 26 de enero de 2009

La pregunta, Ebnu, junto a Otros relatos de Generación de la Amistad


Dicen los saharauis que al viajero, al ausente, no se le pregunta por el tiempo que ha estado fuera. Se le pregunta por lo que ha traído.
Cuando se vuelve de un gran o pequeño viaje, Cuando se termina la misión y llega la hora del retorno. Cuando se regresa después de estar ausente, no importa dónde se haya estado ni cuánto tiempo haya pasado, ni cómo uno ha estado, ni cómo ha regresado.
Después del recibimiento de rigor, la alegría, el jolgorio y los incontables “yac labas, yac eljer y shtari”, llega un momento muy difícil, importante y a la vez decisivo.
Generalmente, después de unos días, alguien hace LA PREGUNTA con mayúscula, la que realmente importa, la pregunta definitiva. Suele llegar después de una pausa en una conversación, o después de un silencio tedioso, de puntos suspensivos. Llega como un gancho en la boca del estómago, que ahoga, que aturde y aunque bastante esperada, nunca deja de sorprender.
¿Y tú… qué has traído?
La respuesta puede condenar al infierno o a la gloria. Puede elevar hasta la cima más alta y gloriosa o abandonar en la sima más denigrante y oscura.
El encargado de tan decisiva pregunta suele ser una persona mayor, generalmente el padre de la familia. También pude ser el abuelo o tío, o algún pariente varón. Las madres jamás harán semejante pregunta, porque lo más importante para una madre es tener de nuevo a un hijo o hija cerca.
Cuando yo volví de mi viaje, después de dieciocho años, seis meses y veinte tres días, mi padre no pudo hacerme la pregunta. ¡Qué más quisiera yo que mi padre pudiera hacerme la dichosa pregunta! ¡Qué feliz hubiera sido si mi padre estuviera para tan delicado momento! Un año antes de mi partida, en una aciaga tarde de enero de 1976 dos aviones marroquíes sembraron el terror y la desolación entre la población saharaui, que había hecho un alto en su camino hacia el exilio. Fue en Tifariti. Aún recuerdo el brillo de las lágrimas sobre el rostro de mi madre. ¡Han matado a vuestro padre! gritaba, mientras intentaba abrazarnos a todos.
Mi padre se quedó en Tifariti, en medio de un rosario de piedras, abrazado a la sombra de una acacia. Fecundando con la sangre y los huesos la tierra que le retiene, le atrapa, le cuida y resguarda.
Tres meses después mi hermanita inauguraría, junto a muchos niños, los cementerios del exilio. Ella tampoco podrá escuchar la pregunta ni hará ningún viaje, salvo en la mente de sus seres queridos.
Ocurrió una de las mañanas de un agosto infernal ¡Qué calor! Yo había ido a visitar a uno de mis tíos, hermano de mi madre, victima de la guerra. Heridas tenía hasta en el corazón.
Desayunamos y después de tomar el té, mi tío cogió mi mano y la observó detenidamente ¿Ya no dibujas? Preguntó como si quisiera recordarme y de paso mostrarme que no ha olvidado la enorme bandera que dibujé sobre la fachada blanca de su tienda y que me costó un gran disgusto.
-A veces, respondí.
-Y después de tantos años, dijo soltando mi mano, ¿Qué has conseguido? ¿Qué has hecho? ¿Qué nos has traído?
Eran tres preguntas bastante parecidas y que supongo quería preguntar lo mismo, sin embargo en la tercera pregunta, lo que en las dos primeras era individual, iba a adquirir, además, una dimensión colectiva. Ese nos podría significar desde mi tío y su mujer, hasta toda la familia, o incluso toda la sociedad. Ese nos conlleva la atribución de una responsabilidad, o de una deuda que hay que pagar.
- La licenciatura en Filología Inglesa, contesté y una maleta de libros, añadí, aunque mi tío, y viniendo yo de Cuba, no se refería a nada material, yo apelaba a su sentido del humor.
- ¿Y eso para qué sirve?, preguntó sin ninguna reacción, y menos la que yo buscaba.
- Puedo enseñar la lengua inglesa o hacer traducciones…
- ¡Dieciocho años y tan lejos ¿Sólo para esto…?! ¡Pero si hasta en el doce se enseña eso!
Me quedé en silencio, hundido, cabizbajo…
- ¿Por lo menos sabrás conducir un coche?
- No, dije con un hilo de voz casi imperceptible.
- ¡Trae la radio, le dijo a su mujer, a ver si mi sobrino te la arregla! O no, mejor déjala, que lo más seguro es que no sabe…
- No sé, dije moviendo la cabeza.
- Dieciocho años y no has aprendido nada importante… Espero que no se te haya olvidado cómo rezar, hijo.
Para mi tío, yo había perdido el tiempo. Se levantó y salió de la jaima arrastrando sus heridas y la decepción por la frustración de una más de muchas expectativas.
Curiosamente la misma respuesta que para algunos es una insignificante menudencia, para otros tiene tal relevancia que sube la moral, la autoestima. Pero, quizás, lo más importante sea que a uno le hagan la pregunta, porque el viaje ya no se lo quita nadie y a veces es más importante lo que dejas, que lo que puedas traer.
Sin embargo hay viajes y viajes…
Hace treinta y tantos años que estamos volviendo al extranjero. Vamos yendo y volviendo al extranjero. Sitios amables, cálidos, hospitalarios, pero definitivamente extraños.

Siempre estamos volviendo, aunque a veces no a los sitios que queremos. Volvemos a donde podemos, a donde nos dejan. Tengo ganas, muchas ganas de volver, por ejemplo a Amgala y encontrar a mi madre moliendo trigo tostado o meciendo su enorme odre de leche de cabra.
Pero no puedo. Amgala está prisionera, o desaparecida, o tal vez muerta, asesinada. Mi madre en un campamento de refugiados, olvidada, abandonada, traicionada, lejos de Amgala, lejos del Sáhara, lejos de su vida.
Como Amgala, cientos de pueblos y ciudades y como mi madre, miles de madres.
Un pueblo entero espera retornar a su tierra, a su casa. Espera la vuelta para encontrarse con su pasado y su presente. Un pueblo entero quiere regresar del viaje al que fue condenado. Volver para encontrarse con sus abuelos, sus padres, sus hermanos, sus hijos, sus nietos, y espera, con ansiedad, escuchar la famosa pregunta y poder responder con orgullo y sin vacilar ¡LA LIBERTAD!

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